Con la aparición de la propiedad privada, los varones experimentaron la necesidad de perpetuar y asegurar su herencia y para ello hubieron de someter a las mujeres a través del matrimonio monogámico.
La dominación de las mujeres se logró a través de su exclusión del proceso de producción y su confinamiento en la esfera privada-doméstica; con el tiempo, la dependencia material y económica haría el resto.
Desde la primera Declaración Universal de Derechos Humanos (1789), filósofos y pensadores justificaron la exclusión de las mujeres del disfrute de derechos y del concepto de ciudadanía argumentando la existencia de una diferencia natural, biológica, que asignaba a las mujeres una naturaleza distinta a la de los hombres.
El origen de la desigualdad entre hombres y mujeres, como el de cualquier otro tipo de desigualdad, es social.
Se trata de una cuestión cultural, sostenida por el patriarcado, el cual otorga privilegios a los varones subordinando a las mujeres.
El sexo es el hecho biológico, mientras que el género es la construcción social, cultural y por tanto, es transformable, se puede cambiar.
Restringir el significado del concepto “violencia de género” a la condena de su manifestación más extrema, (en tanto que atenta directamente contra la integridad física de las mujeres), excluye del análisis el problema de la desigualdad social en la que se sustenta, impidiéndonos ser capaces de reconocer sus causas y orígenes.
La primera manifestación de la violencia de género es la desigualdad y la discriminación de las mujeres.
El concepto de violencia de género explica que la violencia contra las mujeres es la consecuencia de la discriminación y del desequilibrio de poder entre mujeres y hombres.
Existe una socialización de género diferenciada.
El hombre se sitúa en un espacio público, productivo; la mujer aparece en un espacio privado, doméstico, reproductivo.
A las mujeres se les atribuye mayor capacidad para las relaciones afectivas y se las socializa para que desarrollen con eficacia su rol reproductivo haciéndose cargo de las tareas de cuidado y atención. Estos roles femeninos son considerados secundarios, promueven la dependencia y tienen poca visibilidad en el ámbito social.
Los roles femeninos están asociados al ámbito privado, afectivo y relacional: no son remunerados ni reconocidos, se desarrollan en un ámbito más limitado y reducido, menos visible.
A los hombres se les reconocen valores y roles que les preparan para el éxito y el reconocimiento en el mundo público y profesional, en el laboral y económico. Se les socializa para la producción y son educados para que la fuente de su autoestima provenga del éxito en este ámbito. Los roles masculinos son prestigiados porque conllevan independencia económica, poder, influencia y estatus.
Las relaciones de género se basan en el control del poder y se asientan sobre la desigualdad.
La violencia de género nace de las desigualdades estructurales del patriarcado y es en la sociedad capitalista donde se desarrolla de forma más extrema.
Asumir la “perspectiva” o “enfoque de género”, supone favorecer el cambio social en favor de relaciones equitativas entre hombres y mujeres.
Implica luchar contra la discriminación por cuestión de sexo otorgando el mismo valor, los mismos derechos y las mismas oportunidades, a mujeres y hombres. Para ello no es suficiente la “igualdad formal”, proclamada en el Art. 14 de la Constitución Española (donde se recoge el principio de no discriminación por razón de sexo). El principio de igualdad es más amplio ya que incluye, además de la igualdad formal, las acciones positivas como forma de conseguir una igualdad “de hecho”; es decir, intervenciones que buscan superar los obstáculos que la sociedad presenta para acceder a la igualdad real.
Sólo será posible superar la desigualdad existente a través de un modelo social en el que primen la justicia y la igualdad. Y un comienzo necesario es la asunción de un uso no sexista del lenguaje, puesto que será a través de él que podamos contribuir al reconocimiento de las mujeres como parte integrante de la sociedad, como agentes activos y participativos.
A través del lenguaje representamos el mundo en el que vivimos, razonamos, transmitimos ideas y sentimientos. Pero si este lenguaje sólo habla en masculino, es un lenguaje sexista: mujeres y hombres no están representados en condiciones de igualdad en el mensaje y este hecho contribuye a mantener la subordinación de las mujeres.
El lenguaje sexista invisibiliza, excluye, subordina y desvaloriza a las mujeres. Supone un obstáculo a la igualdad al presentar exclusivamente al varón como único sujeto activo y protagonista en la sociedad.
El uso de un lenguaje no sexista, como acto intencional, colabora en la superación de las desigualdades en favor del reconocimiento y participación de las mujeres.
PCCL - PCE COMITÉ PROVINCIAL DE BURGOS
Sª DE LA MUJER
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